
Hasta antes de que ocurriera, creía que el “mamón del dragón” era simplemente un mito. Sin embargo, llegó el día, ni anhelado ni mínimamente esperado. Llegó en vísperas del 18, cuando una mujer mayor me invitó a revolcarme en los campos cercanos a Rancagua. Me había advertido que llevaba más de un año sin sentarse arriba del “muñeco”, sin embargo, jamás pensé que fuese tan radical su necesidad de estrujarlo.
Apenas terminó el asado de mediodía, nos recostamos en el living a escuchar música chilena, y lentamente se fue acercando hasta que nos besamos. Nada del otro mundo, como besar a cualquier otra. Lo que sí me pareció sobresaliente fue la magnífica forma cómo me agarró el paquete. Lo manoseaba como si fuera un ídolo, hasta que comencé a creer en que no había pisado hacía más de 12 meses.
Cuando se inició el sexo, todo fue medianamente violento, quería hacerlas todas al mismo tiempo y –como es sabido- los hombres tenemos sólo un pene que debe reposar antes de volver a entrar en acción ( esto, sin considerar a los mentores de las “tres sin saque”).
Cuando ya habíamos tirado un par de veces, bajó por mi cuerpo, relamiendo como una gata en celo mi pecho, hasta llegar al centro de todo. Se la metió en la boca como una experta y empezó a darle sacudidas profesionales, no la soltaba, era realmente una mezcla de placer y terror. Pensé que me la iba a cortar, sin embargo, debo rescatar que la sabía chupar, se manejaba la mina. Lo extrañamente grandioso vino después. Cuando iba a acabar, se fue por tierra el mito del dragón. Sin contemplaciones, dejó que me fuera en su boca y, no satisfecha con eso, comenzó a regurgitar anómalamente hasta permitir que mis líquidos salieran por sus fosas nasales. Jamás había visto nada igual, no era un mito, era verdad. Ni siquiera hablamos de ello después del sexo. Quedé helado. Aunque fue placentero, me pareció patológico, extraño, venido de otro mundo. ¿Qué hago, amigos de cuentaproblema, la busco nuevamente? Me da terror hacerme adicto a estas dragonescas prácticas...
Aterrado.